| 11 | Arca
de aserrín | | Miguel
Avero | Nunca lo vi gritar. Siempre me impresionó
su boca abombillada, con un bigote como friso, dejando caer palabras a la
sordina, cual ventrílocuo inspirado. Usa un volumen bajo pero punzante; creo
que la palabra es certero. Los vocablos que emplea no son casuales: suelen
constituir metáforas, ironías o simpáticos circunloquios. No habla por
hablar. Tampoco escribe por escribir. En el caso de este libro, es
notorio el motivo de la lluvia como recurrencia estética. La lluvia: ese
momento en el que se ve con nuevos ojos la realidad: paisaje conocido que, al
mojarse, se altera. De poema en poema esas gotas atemperan toda estridencia e
imponen una lectura calma, con especial detención en los finales, que son
casi haikus (prefigurando la exploración que el autor hará unos años
después). Este libro, que es arca y también
aserrín, vale por sus poemas y por sus versos, por su lluvia y sus gotas. Lo
no visto se descubre, lo ya visto se resignifica, lo ausente se rememora en
estos textos que recomiendo leer en voz alta; no muy alta, a lo Miguel. Camilo Baráibar |
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